miércoles, 17 de abril de 2013

Rutinas del olvido

Esperaba en la puerta, prendía un cigarrillo. Tres caladas y entraba. Un saludo al pasar. Directo por las escaleras.  Traspasaba la puerta, tiraba mi abrigo y la cartera. Me recostaba en la cama, tuya pero mía. El techo, las paredes, cada detalle nuevo remarcaba. Buscaba coas para mirar, te miraba. No podía fumar, abría la ventana. No me dejaba fumar.
Uno o dos enojos y ya la piel era lo único que se distinguía. Fuerza de silencio, es hora de comer. Disimulamos el calor, quiero más. Tres cuatro cinco, ya podemos empezar de nuevo. Horas interminables. Mía, tuya. Marcas en la madera, mis uñas no tenían piedad. Envuelve mi abrazo caluroso. Arde tanto calor, no condice con la temperatura real. Mil años quería durar ese momento que ya solamente forma parte de épocas peligrosas.
Juro haber sido, juro haber querido. Pactos inquebrantables tan importantes como la sangre. “Me volves loca” suplicaba ante el deseo de que la tortura acabase. La más dulce sustancia no se comparaba con el placer que inundaba mis oídos y se colaba por mis venas.

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