Ella es Lanza, es una droga que te quema el cerebro. Así la
conocí, en una tarde de parque. En realidad la conocía hace mucho tiempo, pero
no entraba en mi radar. A fin de cuentas, era un objeto no reconocido en mi
sistema. Ante sus insinuaciones, era una
más y no dejaría de serlo, por eso quizá no di un paso en falso y termine con
todo antes de que fuese demasiado tarde. Lo veía como un juego pero la historia
se prolongo, y con ella mi dependencia. Primero fue una tarde que se convirtió
en noche, luego fue una mañana que termino en actos inconscientes. No creí que me durara, a duras penas
soportaba su efecto pero su sabor era el más delicioso. La ambrosía de los
dioses, dulce como ella sola.
Mis encuentros con ella se fueron tornando más regulares,
hasta el punto de tener miedo de querer verla, de expresarlo. Podría decir que
no fui completamente fiel a su efecto y en más de una ocasión me deje
tentar por más de una sustancia, pero
nunca tan placentera como ella. Los efectos que generaba en mi cuerpo lograron
despertar algo muy dormido en mí, quería más.
Pase noches enteras en su compañía sin poder probarla, la
tenía al lado pero no era mía. Aunque pelee por conseguirla, no era de nadie y
con esas cosas es difícil meterse. Más de un amanecer pude terminar abrazada a
su hipnotizarte piel y sí que lo disfrute. No había cosa más maravillosa que
ver el efecto de la sustancia en su rostro, por más que la composición
cambiase, siempre iba a ser igual. Tomase lo que tomase, siempre iba a ser
lanza. La amargura que te genera su dependencia y abstinencia, compensa el
dulzor que queda en los labios cada vez que la vuelves a probar. Porque no era
una vez más, siempre era diferente y a la vez tan igual.
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